domingo, 9 de septiembre de 2012

Carmen Carrillo


Carmen Carrillo (Monterrey, México, 27 de agosto de 1975). Admiradora del arte en todas sus expresiones, se interesó por la literatura y la pintura desde pequeña. Escribió sus primeros cuentos durante la adolescencia y a los 15 años comenzó a tomar clases de pintura, al tiempo que estudiaba la preparatoria. Fue en esa época cuando tuvo su primer encuentro con los cuentos de José Emilio Pacheco y Edmundo Valadés, que la hicieron interesarse de una manera más decidida en el mundo de las letras. En 1992 comenzó a estudiar Literatura en la Universidad Autónoma de Nuevo León, donde adquirió gusto por el análisis del drama, lo cual la llevó a escribirse en un taller de actuación impartido por el maestro Luigi Bazán, quien la animó a inscribirse en la escuela de teatro de la Facultad de Filosofía y Letras para cursar el diplomado en Arte Dramático, bajo la tutela de la reconocida maestra argentina Coral Aguirre.
Durante sus años en la universidad, ganó en dos ocasiones el Premio Unicornio en la categoría de Poesía y publicó algunos textos en revistas como La Flamma y Oficio.
Se ha desempeñado como docente en el área de Lengua y Literatura en escuelas privadas, además de trabajar como correctora de estilo y redactora free lance, oficio que alterna con su afición por la escritura de cuentos, poemas y microficciones. Colabora con el grupo Heliconia desde el año 2009. Recientemente terminó de escribir Sonata para caracoles, su primer guión para largometraje. Mientras espera que la llamada definitiva de la productora, trabaja en una novela de ficción histórica.


El almacén de la calle Garay

Nadie entiende por qué, si terminé los estudios y puedo emplearme como abogado, sigo trabajando en este almacén.
Si bien es cierto que fregar pisos implica pocas responsabilidades, en realidad es otra la razón que me detiene y está relacionada con lo que descubrí un día antes de presentar mi renuncia para iniciarme en un despacho de abogados.
         Ocurrió mientras enceraba las baldosas del pasillo y resbalé. Tendido bajo la escalera, la vi por primera vez.
Era una esfera tornasolada que parecía girar en el aire. En ella se mezclaba lo bello y lo terrible, había atardeceres y masacres, mujeres con cáncer, tulipanes. Desde ese día, vivo para mirarla. Ayer, por ejemplo, miré a un tal Carlos Argentino hablando con Borges sobre un Aleph y luego a Borges tumbado bajo una escalera, mirándome fijamente, desde el centro de una pequeña esfera tornasolada.

Prócer

Aquella mañana, Miguel Hidalgo y Costilla saludó al sol con su habitual semblante. No había nada particularmente distinto en esa ocasión, que ameritara un rostro más afable. Era un 15 de septiembre como cualquiera y la plaza estaba concurrida. Los transeúntes lo miraban al pasar ―siempre con respeto― y preguntándose la razón de su ceño permanentemente fruncido. Ignoro si hace ciento noventa y ocho años Don Miguel tendría motivos para lucir esa cara, pero hoy sí, porque las palomas —haciendo caso omiso de su naturaleza de prócer— han cagado en su pétrea cabeza.


Cliché

Aunque era indolente y medio arpía, su descripción no era otra que la de una beldad: piel de alabastro, cabellos de oro, ojos de esmeralda, labios de rubí, dientes de perla. Sin embargo, por alguna razón, cuando la raptaron y pidieron 20 millones de rescate, el marido prefirió no pagarlos.


Infinito

“Admito que he cometido muchos errores, pero el peor de todos fue inventar esa pendejada del infinito. Es como para ponerme a mí mismo una buena puteda”, pensaba Dios mientras se preguntaba para qué coño podría servirle la póliza de seguro que adquirió cuando terminó de construir el universo. Obviamente, en las letras chiquitas del contrato decía claramente: esta póliza sólo cubre daños por pérdida total”.

Conversaciones con Sabines II

―Canonicemos a las putas ―leyó el poeta frente al selecto auditorio conformado por diplomáticos, políticos y demás jerarcas de la burocracia.
―Para que nadie diga que nuestras madres no son unas santas ―murmuró el secretario de gobernación, guiñándole el ojo al señor presidente.


Todos los textos fueron tomados de la página Químicamente impuro.

1 comentario:

J. Andrés H. dijo...

Oh, sobre el Aleph... me kedó corto, pero es una chula idea. La mentada del final... pfffffffffffffff, fenomenal, jajaja. Vi a ese mierda de Calderón con su sonrisita idiota. Gracias, morra...